miércoles, 2 de enero de 2013

"Clandestinidad" de Antonio Jiménez Millán


Barcos

Ioana Gruia

           
            He releído varias veces Clandestinidad (Visor, 2011, XIII Premio de Poesía Generación del 27) de Antonio Jiménez Millán. Hay un rumor de barcos en cada verso, de barcos fascinantes, lejanos e íntimos a la vez. Son los barcos escondidos en la piel, los barcos que mantienen “el anclaje oscuro del deseo/ sobre un fondo de ruinas”, como leemos en el espléndido poema “Clandestinidad (1981)” donde se afirma la gran verdad, siguiendo a Paul Valéry, de que “No hay nada más profundo que la piel”. La poética de la piel atraviesa de hecho todo el libro, estrechamente unida a la de las ruinas, y recordamos en este sentido otro libro magnífico, Bajo la alfombra (Visor, 2008) de Ángeles Mora. En Clandestinidad habitan sombras fuertes en su fragilidad, desbordantes de vida pero conocedoras de todos los abismos, amantes de Lou Reed y de “la vieja ficción de volverse invisible” (“Invisible”). Saben muy bien el “sordo presagio de la muerte insomne” (“Constance Dowling”) y para combatirlo construyen refugios donde “la muerte estaba fuera de lugar” (“El Túnel”), refugios espaciales e interiores, refugios epidérmicos e irresistibles, opiáceos como la invocación del París mitificado de los años treinta (“Clichy, Ménilmontant,/ Faubourg, Montmartre, Rue Fontaine,/Rue Pigalle” –“Días tranquilos en el Albaicín”) o el blues imaginario que se desliza felino por debajo de los poemas. El ritmo de la mayoría de los poemas es en efecto el del blues (mezclado con el bolero), fascinante y desgarrador, un blues que irradia a la vez “la luz insobornable de aquel tiempo” (“Ciudad lejana”) y las corrientes turbias del desamor, llenas de “metáforas gastadas” (“Terral”), a la deriva, trituradas por el tiempo, según leemos en el lucidísimo poema “Riada”, donde el mar ya no tiene el homérico color de vino, el de la grandeza épica ensangrentada, sino el de la cicatriz íntima del olvido:
           
            Así termina a veces el amor.
            Una corriente turbia lleva fotos antiguas,
            muñecas sin vestido,
            muebles desvencijados.
            No se notan las grietas al principio,
            pero el muro es más débil cada día.
            Y de pronto el silencio
            se parece a una nube de tormenta,
            y el futuro les dice que ya es tarde,
            que van a la deriva
            sentimientos mezclados con el barro,
            afectos y traiciones
            hundiéndose en un mar color de olvido.

            La dimensión trágica del mar y de los barcos viene dada por otro tipo de clandestinidad, no escogida sino impuesta, la de los inmigrantes que en “Furtivos” cruzan el estrecho en “embarcaciones frágiles”: “gente que quiere huir hacia otra vida.// Si consiguen llegar a las playas desiertas/ serán supervivientes de otros oscuro engaño./ Sólo sombras furtivas,/ clandestinas.” Clandestinidad despliega, junto con la historia íntima, la colectiva, de las atroces heridas del siglo XX y XXI: la Guerra Civil española, los campos de concentración de Hitler y Stalin, la dictadura militar de Chile, los atentados de Atocha y las Torres Gemelas. La poética de las ruinas abarca tanto los restos desamparados del desamor, dentro de un campo semántico construido en torno a la cicatriz (los muebles desvencijados, las muñecas sin vestido, las metáforas gastadas, las grietas, la “leve punzada que deja cicatriz” de “Terral”) como los muñones trágicos de la historia: “Hiere el pasado a veces/ como un filo de herrumbre,/ saca a la superficie restos indeseables,/ algas en la corriente submarina”, leemos en “Reportaje”. Clandestinidad construye una y otra vez la urdimbre de lo roto, de lo desvencijado, de la cicatriz, de las ruinas, haciéndonos ver dos sombras luminosas, desamparadas y vencidas (por oposición a los “vencedores” denunciados, siguiendo a Cernuda, en “Reportaje”) que habitan entre sus versos: Walter Benjamin y su trágico ángel de la historia, el ángel de Klee al que se alude en “Aniversarios”. Y recordamos el sueño de Benjamin, contado en una carta a su amiga Gretel Adorno y evocado con tanta belleza por Derrida en Fichus (Paris, Galilée, 2002): Benjamin sueña en francés, explica en su carta, con transformar lo “fichu” (que significa a la vez algo que envuelve, una bufanda y algo roto, desgarrado, condenado) en poesía. Algo que logra prodigiosamente Clandestinidad. 

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