Escribir el dolor: Retrato
de M de Matei Călinescu (Miguel Gómez
Ediciones, 2012). Traducción de Ioana Zlotescu
Ioana Gruia
El lector
español conoce de Matei Călinescu (Bucarest, 1934-Bloomington, 2009), que fue
uno de los intelectuales rumanos más queridos y respetados a nivel
internacional y prestigiosísimo profesor de literatura comparada en la
Universidad de Indiana, el imprescindible estudio Cinco caras de la
modernidad: modernismo, vanguardia, decadencia, kitsch, postmodernismo, del que la editorial Tecnos publicó varias
ediciones. Retrato de M, editado
de manera muy cuidada y hermosa por Miguel Gómez Ediciones y traducido
espléndidamente por Ioana Zlotescu, desvela a Matei Călinescu no sólo como un
gran escritor e intelectual, sino también como un padre devastado por la muerte
de su hijo y sin embargo capaz de escribir el enorme dolor en un libro
desgarrador y luminoso. Como explica el autor: « Este es el retrato
biográfico de mi hijo que nació el 24 de agosto de 1977 en Bloomington,
Indiana, Estados Unidos y falleció, antes de cumplir los veintiséis años, el
uno de marzo de 2003, en su ciudad natal, y que escribí en los cuarenta días
siguientes a su fallecimiento, los cuarenta días considerados
simbólicos ». El joven Matthew, autista, muere en una crisis de epilepsia,
después de una vida marcada por la enfermedad y sus inherentes dificultades
pero también por una gran capacidad de serenidad y compasión. El tono del libro
es de hecho el de una grave serenidad mezclada al dolor inmenso, el de un intento
permanente de dialogar con la luminosa figura del hijo una y otra vez revivido
por el padre a través de los antiguos diarios que evocan su infancia, su
adolescencia, su juventud, su relación con los padres, los amigos, los
profesores, con el mundo inevitablemente mediado por la compleja fragilidad que
imprime el autismo.
« Cualquier
muerte es una gran tragedia » responde Matthew a su padre en un diálogo
imaginario que desvela la manera real de pensar del joven, refractaria a los
convencionalismos, asumiendo la diferencia como algo natural y consubstancial a
los seres humanos –« Todas las personas son distintas » replica
Matthew al intento de sus padres de hacerle comprender que él es distinto de
los demás– y abierta siempre a la belleza del asombro, como desvela el
extraordinario final de un discurso que el adolescente pronunció delante de sus
profesores y compañeros al acabar el bachillerato, cuando dio las gracias,
además de a las personas que lo rodearon de cariño y amistad, « al jardín
y a los árboles del jardín y a los matorrales y a la yerba ». El recuerdo
del fabuloso texto de Carson McCullers « Un árbol. Una roca. Una
nube » es inmediato. La singular sensibilidad de Matthew compensa el
desamparo del autismo y le otorga a veces el don de percibir y construir
destellos asombrosos de belleza.
Retrato de
M configura el corto trayecto vital del
hijo en un tono sobrio, meditativo, de dolor contenido, que late agazapado en
cada palabra, en casa frase, volviéndose a través de la escritura una
fulguración de luz, trágica pero balsámica en su intento de organizarse en
reflexiones, de conversar con el hijo y comprenderlo más allá de la muerte.
También en vida se esfuerza el padre en continuar siempre el diálogo, tantas
veces difícil, con el hijo enfermo. La « lectura de la mente », de
los pensamientos, y la metáfora de la lectura son evocadas en varias ocasiones
por el padre que es también un gran especialista en los procesos de lectura,
autor del estudio Rereading (Yale
University Press, 1993). « Dime qué crees ¿la vida es buena o es
mala ? », inquiere el padre. « Esta es una pregunta muy
difícil », responde el hijo y luego se sumerge en el silencio.
Destaco una
vez más la traducción, impecable y altamente expresiva, de Ioana Zlotescu. La
versión española guarda intacta toda la belleza de un texto atravesado por el
dolor donde momentos cotidianos de la primera infancia del hijo, los ladridos
de los perros en un parque, por ejemplo, se guardan en la memoria como un
tesoro de luz: « Siempre recordaré el sonido de aquellos ladridos de
perros felices: quizás sean las señales sonoras más fulgurantes de la
felicidad ». Al recuerdo poderoso de la felicidad se agarra el padre al
final del libro: « cuando sonreía, tal como estaba guardado en mi
recuerdo, sonreía no sólo con sus labios o con sus ojos, o con su cara, sino
con todo su ser ». La sonrisa a raudales del hijo es la última imagen,
enormemente luminosa, del Retrato de M.
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