La última
novela de José María Guelbenzu (1944, Madrid), Mentiras aceptadas (Siruela, 2013), es un espléndido retrato de la España de
2005, la España todavía del pelotazo, inmediatamente anterior a la crisis.
Historia íntima e historia colectiva se entretejen en una formidable galería de
personajes muy complejos, que encarnan tanto las diversas formas de arribismo
como, en el caso del protagonista, la reflexión sobre los mecanismos actuales
del triunfo económico y social y, especialmente, sobre la responsabilidad de la
figura paterna en la educación del hijo.
Con esta nueva
novela Guelbenzu confirma una vez más que es « uno de los mejores
novelistas españoles », en palabras de Ángel Basanta (El Cultural). La novela, escrita con lo que se podría llamar una
densidad ágil, conjugando la solidez de la estructura, la historia, los
personajes y las frases de una pulcritud impecable con un ritmo perfectamente
sostenido, atlético, tiene dos focos principales de irradiación, vinculados de
manera estrecha: la historia reciente de España (la acción y el escenario
abarcan desde enero a diciembre 2005) y el tema del padre, como se indica desde
la cita de la Eneida que abre el
libro. La invocación de Eneas llevando sobre sus hombros a Anquises y
protegiendo a la vez a su hijo apunta a una dimensión genealógica fundamental
en Mentiras aceptadas: Gabriel
Cuneo, el protagonista, es a la vez hijo y padre y su relación con ambos, con
el anciano que ya no le reconoce y con el pequeño de doce años a quien intenta
proteger de un medio que considera pernicioso, atraviesa toda la novela. El
marco de las interrogaciones del hijo-padre que es Cuneo, de la historia
personal más significativa del libro (historia en la que confluyen varios
hilos, integrando a los demás personajes), es la historia de los ambientes de
poder (económicos, financieros, sociales) en los que a través de la falta de
escrúpulos, la intriga y la manipulación -que conforman, en la mejor tradición
de la novela decimonónica, distintos grados de arribismo-, se persigue siempre
« triunfar », a veces con el maquillaje de un chispeante
refinamiento. De hecho la oposición entre el legítimo deseo de « vivir
bien » y el dudoso empeño en « triunfar » constituye una de las
reflexiones del protagonista.
Estupendo
autor de novelas policiacas, protagonizadas por la inolvidable Mariana de
Marco, Guelbenzu introduce una historia detectivesca dentro de la novela, en un
juego formidable de espejos a través del cual construye también, con benigna
ironía, un personaje conmovedor, el escritor de novela negra, que sigue al pie
de la letra la mitología cinematográfica de la femme fatale. Cabe subrayar en este sentido la mirada del autor
sobre muchos personajes (Justo Paleta, Antón Patriarca o doña Milagros-Mila),
nada complaciente pero sí compasiva. En cuanto a la mitología, hay también en Mentiras
aceptadas un recorrido por varios lugares
madrileños que conforman una mitología urbana, lugares emblemáticos que
construyen un escenario fascinante, a veces cálido y tierno como ciertos bares,
a veces revelando –en los edificios del poder financiero, por ejemplo- la
exhibición espacial que necesita el poder.
Destaca
igualmente el uso magistral de los nombres (Justo Paleta, Perfecto Alumbre,
Mario Pescador etcétera), que se adhieren como una segunda piel a los
personajes. El cambio de nombre es el signo de una metamorfosis social, y así
doña Milagros se hace llamar Mila para responder a las nuevas exigencias de
burbujeante desenvoltura de su medio social. Los nombres de Mentiras
aceptadas tienen el mismo poder de
irradiación sobre los personajes que los nombres de Manuel Longares (en Romanticismo, por ejemplo).
Otro núcleo de significación clave en la novela es
la mirada. Mentiras aceptadas
es una lección de mirar y una
revendicación de la dignidad del oficio artístico. Estamos ante una novela con
una poderosa dimensión moral, donde las vivencias de la historia actual desatan
las preguntas de un padre en relación al futuro de su hijo y unas reflexiones
muy emocionantes y lúcidas sobre la paternidad, el vínculo con el padre del
hombre que es padre a su vez y la infancia. La figura del padre se convierte
así en el centro de la historia personal y se proyecta sobre la colectiva,
agrupando los interrogantes morales de esta excepcional novela.